Un nuevo espacio dedicado a la profundización del ser, pues sólo tomando conciencia de lo que somos, de lo que nos rodea, de lo que nos afecta, nos motiva e interesa, es como podemos desarrollarnos y emprender el camino que nos conduzca a la realización personal.

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martes, 27 de octubre de 2015

Cuando sé quién soy!

Desgraciadamente en múltiples ocasiones nos dejamos llevar más por las formas que por aquello que solemos llamar "corazón".

Para profundizar en el tema que quiero abordar hoy, me voy a permitir utilizar una anécdota vivida por mi padre hace ya muchos años; tantos que la anécdota nos muestra, además de a mi padre, a quien en estos momentos es rey honorífico y en aquellos era el príncipe designado para reinar en un futuro. La anécdota es ésta. Cuando la televisión francesa decidió filmar un documental sobre el entonces príncipe de España y su familia, con la colaboración de la televisión española, mi padre (por su trabajo) tuvo la oportunidad de conocer a aquel heredero. Debo señalar que mi padre en su vida terrenal había sufrido una fuerte polio que le impedía caminar si no era con la ayuda de dos bastones. Al acercarse a saludar al príncipe y hacerlo con respeto tomándole la mano e inclinando ligeramente la cabeza, tuvo la mala fortuna de que uno de sus bastones resbalara y cayera al suelo, sin poder servir de apoyo ya a su dueño. En aquel momento, nadie se movió para solventar la situación; sólo una persona lo hizo; ¿quién? ¡El propio Príncipe!

¿Por qué he elegido contar esta historia y utilizarla en este artículo? Por la sencilla razón de que durante mucho tiempo me ha servido de gran enseñanza; una enseñanza que quiero compartir con quienes aquí se detengan a leer mis artículos.

Siempre me llamó la atención que entre las muchas personas que se encontraban allí reunidas, les fuera tan difícil "saltarse el protocolo" y acudir en ayuda de quien en ese momento tenía un problema. Es decir, las formas impedían que el corazón se mostrara. Digamos que eran más fuertes las supuestas formas de protocolo que lo que la necesidad pura y dura dictaba al corazón de la gente. Porque ¿hay que preguntarse sobre la conveniencia o no de ayudar a un niño, una anciana, un oficinista que se ha tropezado en la calle? No, ¿verdad? Sencillamente uno acude en su ayuda y ya está. ¿O es que una mujer no puede ayudar a un hombre porque las buenas y anticuadas maneras dicen que son los hombres los que tienen que ayudar a las mujeres?

Sin embargo, hay alguien que sí reaccionó rápidamente. ¿Por qué? Creo que probablemente por varias causas. Una, por supuesto, por su proximidad física ante quien le estaba saludando. Pero otra, y es aquí donde me gustaría detenerme, porque creo yo sabía muy bien quién era y que por tanto no necesitaba ajustarse a supuestas normativas sino sencillamente actuar como el sentido común y el corazón le dictaba.

Y es que me temo que muchas veces cuando uno no se muestra respetuoso o bien tiene que razonar en exceso lo que conviene y lo que no, se debe al hecho de que la persona en cuestión  no tiene verdadera conciencia de sí mismo. Sólo el que sabe quién es puede actuar de motu propio. No es lógico que se nos diga a quién podemos sonreir y a quién no; a quién podemos ayudar y a quién no; pues la persona que sabe quién es en su interior, no busca manuales de instrucción para actuar, sino que se basa en el propio sentido común y en su propio corazón.

Quizá deberíamos cuestionarnos cuántas veces dejamos de obrar con el corazón por vergüenza, por el qué dirán, por miedo al ridículo, porque no sabemos si es o no oportuna nuestra acción. ¡A veces nos cuesta tanto trabajo dar una respuesta espontánea! Quizá el mismo trabajo que nos cuesta reconocernos como los seres que realmente somos o estamos destinados a ser. La seguridad interior de cada uno, la autoconfianza permite que nos expandamos mucho más allá del mero formulismo y es así como conseguimos que la esencia que llevamos en nuestro corazón se despliegue sin miedo alguno.


martes, 6 de octubre de 2015

Lo que practicas, ¿te hace mejor persona?

Muchas veces, realizamos prácticas por lo que se supone que van a resultar convenientes, pero no necesariamente nos adentramos en la profundidad de lo que dichas prácticas pueden conseguir de nosotros: que seamos verdaderamente mejores personas y no sólo buenos practicantes. Puede que dicho así, uno no acabe de entender lo que este artículo sugiere, así que vayamos a algún ejemplo para clarificar el mensaje.


Existen diferentes prácticas ascéticas que se siguen por diferentes motivos; unas por convicción, pero otras por obligación, por purificación, por modas, etc. Así, una de esas prácticas puede ser el ayuno. Indudablemente un ayuno comedido puede aportar un gran bienestar pues ayuda a purificar el cuerpo, así como a conseguir ir disciplinándolo paulatinamente. Pero también es verdad que, dependiendo de las verdaderas motivaciones, así como del carácter de quien lo practica, puede generar estados nada recomendables. Por una parte, la persona que ayuna, puede sentirse por ello superior a quien no lo hace, y desarrollar un cierto orgullo o vanidad que no se correspondería con la pureza de conciencia que se desea alcanzar. Asimismo, quien ayuna puede hacerlo de manera tan inflexible que, además de dañar su cuerpo, dañe los sentimientos de quienes con la mejor de las voluntades ese día le invitan a alguna celebración de importancia como puede ser una boda o un nacimiento. Incluso puede suceder que el practicante de este ayuno lo haga porque cree que es su deber, pero dentro de sí, tal práctica le genera un cierto odio y enfado por la situación a la que se ve obligado dirigirse. Y entonces, teniendo en cuenta estas formas de ayunar que parecen no del todo beneficiosas, habría que preguntarse ¿hacen mejor a la persona que las realiza o fomentan estados de soberbia, ira, enojo, autoflagelación... etc.?

El ejemplo elegido se puede traladar a cualquier actividad: la práctica de deportes, la pertenencia a diversas ong's, y un largo etcétera. Actividades todas ellas útiles, por supuesto, pero ¿contribuyen a hacer a cada uno una mejor persona o quizá sea al contrario? Con esto no quiero decir en absoluto que ayunar, practicar deporte o pertenecer a asociaciones benéficas sea algo malo, ni mucho menos; lo que digo es que hay que valorar y analizar el por qué una persona determinada se anima a practicarlas, y si como resultado de las mismas uno se va haciendo una mejor o una peor persona. 

No nos engañemos, hacer una mortificación puede resultar útil por diversas circunstancias pero también puede añadir vanidad a la vida personal de quien se mortifica. Contribuir con cualquier tipo de actividad hecha por tradición o porque alguien asegura ser beneficiosa no siempre genera los mismos resultados en todas las personas. Cualquier práctica debe ser valorada de acuerdo a los resultados que se logran con ella, y no unos resultados meramente utilitarios sino éticos.

Ya vemos que en muchos casos uno puede asegurar que determinadas acciones nos resultan útiles, pero vuelvo a lanzar la misma pregunta: ¿nos hacen mejores personas? Porque si sólo atendemos a la utilidad, alguien podría decir que robar un producto le resulta útil pues le beneficia aparentemente de dos maneras: obteniendo el producto y no perdiendo dinero con el mismo. Pero, ¿eso le hace mejor persona? Ya sé que acabo de poner un ejemplo que de entrada se ve ya como negativo, pero aplícalo a cualquier práctica por muy positiva que sea, y valora si realmente contribuye a tu engrandecimiento profundo como persona o sólo al exterior.

Por tanto, a modo de resumen, creo que ante cualquier práctica que afrontemos, debemos fomentar aquellas que nos hacen mejores y descartar las que simplemente no lo consiguen. Si te hace mejor persona practicar yoga, sigue haciéndolo; si te hace mejor persona, rezar un rosario, sigue haciéndolo; si te hace mejor persona, visitar a los ancianos que están solos, foméntalo; si te hace mejor persona correr por el parque, continúa con ello. No se trata simplemente de hacer lo que te gusta o lo que te disgusta pero que es necesario; se trata de hacerlo porque te engrandece como persona y así cada uno contribuye a engrandecer a todo el género humano. Gandhi en los tiempos en que actuó como enfermero, aconsejaba que quienes no tenían vocación para ello que no se acercaran a esta tarea por considerar que era una obligación que debían cumplir, ya que al no estar profundamente cualificados en su interior, su incompetencia resultaba altamente perjudicial para todos. Claro, otra cosa es que uno se vea en la obligación de hacerlo porque es el único disponible, pero no estamos hablando de eso. De lo que hablamos es de ampliar nuestros intereses y no sólo valorarlos por su aparente utilidad material o externa sino por su verdadera capacidad de transformarnos y engrandecernos en lo que verdaderamente vale la pena: nuestro ser más profundo.